Esta reflexión la escribí a mano el día 30 de marzo de 2019 durante mi última visita al Del Parque Shopping. Recientemente la encontré entre mis anotaciones y decidí compartirla con ustedes. Con mucha alegría me entero hoy que el centro comercial reabrirá en los próximos meses con el nombre Punto Del Parque.
El silencio es tan intenso que este lugar bien podría ser una iglesia, una biblioteca o un cementerio. Sin embargo, el lugar donde estoy ahora fue -o al menos todavía es- justamente todo lo contrario: un shopping, ese monumento al consumo, a la diversión, al ruido, al bombardeo de oferta y demanda. Ese lugar que permite que el trabajador recuerde, cada cinco días, que no es un obrero soviético trabajando insaciablemente en una fábrica hidráulica de Kazajistán.
Pero la suerte no le sonrió este 2019 al shopping Del Parque y este otrora ícono de mi infancia es, en esencia, un cementerio. "Muy pronto te vamos a sorprender", dice una pegatina en las vidrieras de varios locales. Al darse cuenta uno de que éstos están empapelados, cae en la realidad de que la sorpresa es bastante devastadora. La suerte está echada y, según me dicen, el recinto cerrará definitivamente sus puertas el 31 de junio, en exactamente tres meses.
En los últimos diez años, Villa del Parque fue un barrio que quedó excluido de mis visitas sociales, laborales o turísticas. Sin embargo, durante mi infancia esta zona del oeste de la Ciudad de Buenos Aires era muy concurrida por mi mamá y por mí, cuando ambos éramos una unidad debido a mi temprana edad. Naturalmente, las visitas incluían prominentemente al shopping, al que adoraba por su amplia terraza con vista a las vías del tren y a la iglesia Santa Ana.
Víctima del abandono, el edificio que bordea las calles Cuenca y Nazarre fue uno de los tantos lugares donde habré puesto fichas para intentar vencer a los oponentes digitales del Virtua Fighter, pero también fue el lugar donde un diciembre de 1998 mamá y yo vimos La Máscara del Zorro, mientras que yo a mis ocho años protestaba por usar pantalón corto creyendo que no era esa la forma apropiada de vestir para ir al cine. Demás está aclarar que las salas de proyección también parecen haber sido descontinuadas, al igual que el local de Galerna donde me compraron mi primer libro informativo de James Bond escrito por el crítico español Juan Tejero, manual de estudio de cualquier hispanohablante interesado en el tema que aún yace -bastante desgastado- en mi biblioteca.
Pero fuera de lo comercial, el shopping Del Parque fue también un refugio que nos albergó un día de febrero de 2002 cuando un encuentro entre mi mamá y mi abuelo, con el que yo había pasado una semana, no resultó del todo feliz.
La sirena del paso a nivel, la bocina del tren y el traqueteo de la formación por las vías son la única música que se escucha hoy en la terraza del shopping, junto con algún que otro murmullo de la gente que todavía está acá.
Mientras tanto, ahora, a las seis y media de la tarde de este día sábado. el ocaso. Una metáfora de la despedida de un lugar que para algunos fue una feria de consumo, para otros (como yo) un grato recuerdo y para ciertas personas la incertidumbre de un futuro sin empleo.
"Nadie compra nada, está todo caído", me dice una vendedora de local de indumentaria que estaba lejos de su caja registradora y parada junto a la puerta del local, como el pescador infructuoso que espera llevar -al menos- algo de comida para su hogar. "¡Suerte!", atino a decirle sabiendo que pronto podríamos compartir la misma balsa en el mismo océano.
A mi izquierda, la vidriera del balcón tiene dibujado un improvisado corazón con los nombres Frankie y Alejandra, que parecen haberse jurado amor eterno el 8 de febrero de 2001, según la fecha que anotaron. Me pregunto, como dato trivial, si ambos seguirán juntos o si el ocaso de su amor antecedió al de este trozo de mi infancia, del cual hoy, a los treinta días del mes de marzo de 2019, me despido.
Los rayos de sol todavía iluminan algunas nubes a mis espaldas, pero este cielo que se ve por delante está bastante más descolorido. Y ahora, sólo adiós. Quedarán los recuerdos y algunos pasos que habré dado a lo largo de treinta años en este lugar. También las risas y el éxtasis de cuando te comprabas lo que querías o lograbas vencer al sistema de los videojuegos.
El crepúsculo se intensifica y el sol ya deja de darle luz a esta terraza, que se defiende de la semi-oscuridad con sus luces artificiales.
Un tren, otro más, se va de la plataforma. Atrás mío, una pareja de novios se besa y yo (amante de los finales felices) quiero creer que serán Frankie y Alejandra, aunque lo veo difícil. Sería demasiado poético a esta altura.
Mientras el sol se escapa y la gente se empieza a ir, yo me despido de este lugar tan emblemático de mi infancia y de mi pre-adolescencia.
No me queda nada más por decir. Sólo desear que en paz descansen todos los lugares que tantos bellos recuerdos me han dejado, aún dentro de la banalidad consumista.
Hasta siempre y gracias por las memorias, querido shopping de Villa del Parque.
NS
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